Policiales

Sábado 28 de Noviembre de 2020 - Actualizada a las: 11:33hs. del 28-11-2020

EL ENTRAMADO DE LA MUERTE

Crimen del hijo del banquero: terminó con cincuenta balazos en el cuerpo

Enrique Rodríguez Rossi era hijo de un abogado y banquero relacionado con el arzobispo de La Plata, monseñor Plaza, pero sus ideas estaban en las antípodas. Militaba en una organización de izquierda y gracias a sus vinculaciones sociales, se infiltró en la CNU, un grupo parapolicial de ultraderecha que actuaba con total impunidad. En abril de 1975 lo descubrieron, lo secuestraron y lo asesinaron


-Voy a salir, tengo un amigo enfermo – le dijo Enrique Rodríguez Rossi a su madre después de colgar el teléfono que había sonado a las 3 de la madrugada del 11 de abril de 1975 en la elegante casa de la calle 4 N° 117 1/2, en la zona norte de La Plata.

Virginia Laura, la madre, recordaría después que la conversación había sido breve y que su Enrique, de 22 años, estudiante de Derecho, en ningún momento había nombrado a su interlocutor.

El joven se vistió rápidamente, se subió al auto de la familia, un Dodge1500 celeste acerado patente B-980375 que estaba guardado, y partió con rumbo desconocido. Nadie lo volvería a ver con vida.

Noticia de un asesinato

La edición del 12 de abril de 1975 del diario El Día de La Plata, llevó una vez más como título de tapa una muerte. El día anterior había encabezado con el asesinato del médico Mario Gershanik, fusilado por una patota armada en la casa de sus padres, ubicada a poco más de una cuadra de la Jefatura de la Policía bonaerense.

Ahora el titular decía: “Un estudiante fue muerto a balazos por terroristas” y la bajada de tapa explicaba: “Se trata de Enrique Rodríguez Rossi, hijo del ex titular del Banco Popular que también fue asesinado meses atrás por desconocidos. El joven apareció acribillado dentro de un auto entre Villa Elisa y Punta Lara”.

Aunque la manera de actuar de los asesinos coincidía con la de la Triple A o con la del grupo de tareas de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) que operaban en la zona amparados por el gobierno bonaerense de Victorio Calabró, la policía y el Ejército, los platenses más informados hicieron foco en otro lado al buscarle una explicación al asesinato: Enrique Rodríguez Rossi provenía de una tradicional familia ligada a la derecha católica, con estrechos vínculos con el arzobispo de La Plata, Antonio Plaza.

Su padre, el abogado Ernesto Rodríguez Rossi, había sido una de las cabezas visibles del Banco Popular, cuyo principal accionista en las sombras había sido el arzobispo. La entidad financiera quebró en la década de los ’60, dejando un tendal de ahorristas estafados y Rodríguez Rossi padre -quien solía jactarse de su amistad con el dictador Juan Carlos Onganía- había sido asesinado el 18 de agosto de 1974, en confusas circunstancias.

La muerte del banquero

El crimen de Ernesto Rodríguez Rossi había conmovido a la ciudad por la relevancia social de la víctima, pero no había podido ser esclarecido.

Poco después de las diez de la noche el abogado y su esposa regresaron a su casa luego de asistir a un velorio y comer en un conocido restaurante platense. Cuando el hombre bajó del auto para abrir el portón de rejas para que la mujer entrara el auto, un desconocido apareció de la nada.

Según la declaración policial de Virginia Laura, era un hombre que vestía un abrigo grueso de lana color claro, cubría su cabeza con una gorra y sus facciones estaban deformadas por algo parecido a una media de mujer.

Sin decir una palabra, el desconocido empezó a disparar.

Los balazos derribaron al abogado. Dos balas calibre 32 penetraron en su cuerpo y otras impactaron en los barrotes de la reja entornada. La primera le dio sobre la clavícula izquierda cerca del cuello cuando estaba de pie y la segunda penetró cerca de la axila derecha mientras caía.

El agresor descargó cinco balazos antes de correr hacia la esquina más próxima.

Ernesto Rodríguez Rossi era un hombre gordo, muy corpulento, pesado. Como pudieron, su mujer y su yerno –que salió corriendo de la casa al escuchar los tiros y los gritos de su suegra- lo subieron al asiento trasero del auto y salieron disparados hacia el Hospital Italiano, en la otra punta de la ciudad.

Allí murió dos días después.

Un joven de la “sociedad” platense

Ocho meses después, el asesinato del joven Enrique fue inmediatamente relacionado con aquella otra muerte, lo que confundió a la investigación policial y judicial. La pesquisa que intentó conectar los dos crímenes era, sin embargo, un callejón sin salida. Las causas del asesinato del hijo del banquero había que buscarlas en otro lado.

Por relaciones familiares y por su educación en un tradicional colegio de La Plata, Enrique Rodríguez Rossi había compartido su adolescencia con algunos de los futuros integrantes de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), surgida en la ciudad de las diagonales con la dirección ideológica del profesor de literatura y latinista Carlos Disandro, a quien conocía personalmente.

A través de su padre también tenía trato cercano con monseñor Plaza, que parecía apreciarlo. “Enriquito era un pibe simpatiquísimo, mimado por la madre, de trato muy agradable que se llevaba bien con todo el mundo salvo con su padre, con quien tenía una relación muy conflictiva. A pesar del ambiente en que se crio, de derecha ultracatólica, tenía inquietudes sociales de otro tipo, aunque no las andaba mostrando en su casa ni con sus compañeros de colegio”, lo recordó Santiago Plaza, un sobrino del arzobispo, aunque ubicado en sus antípodas ideológicas.

Esos vínculos infantiles y juveniles lo llevaron de manera casi natural a participar de las reuniones privadas donde Plaza y Disandro bajaban línea a un grupo de entusiastas jóvenes de ultraderecha que se creían llamados a defender la tradición occidental y cristiana de la sociedad argentina de los virulentos ataques a que la sometían el comunismo ateo y la sinarquía internacional.

Giro a la izquierda

Cuando terminó el colegio secundario, Enrique decidió estudiar Derecho, como su padre, pero rompiendo con la tradición familiar -que lo hubiera llevado a la Universidad Católica-, se inscribió en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata, un centro sensible de ebullición política a principios de la década de los ’70.

Allí, sin que su familia ni sus antiguos amigos lo supieran, se acercó a los Grupos Revolucionarios de Base (GRB), agrupación universitaria de las FAL 22 (Fuerzas Argentinas de Liberación 22 de Agosto) donde empezó a militar, aunque sin mostrarlo públicamente.

A pesar de ello, siguió asistiendo a las reuniones de la CNU, que ya había empezado a operar como grupo de tareas parapolicial.

El infiltrado

“La idea de la infiltración de Enrique Rodríguez Rossi, a quien en la organización conocíamos como El Tío, surgió de él mismo. Un compañero de los GRB, que lo tenía contactado, viene un día y me dice que teníamos un compañero que conocía a todos en la CNU, que incluso participaba de las reuniones, y que estaba dispuesto a pasar información”, relató a los cronistas un ex integrante de la dirección nacional de las FAL 22 que prefirió mantener en reserva su nombre.

Desde ese momento, Rodríguez Rossi dejó de mostrarse cerca de sus compañeros de los GRB en la facultad y, a través de un enlace, comenzó a pasar información sobre las reuniones de la banda parapolicial de ultraderecha que capitaneaba Carlos El Indio Castillo, hoy condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad.

“El compañero que funcionaba de enlace recibía la información que le daba El Tío y se la pasaba al responsable de la dirección regional, que era Omar Núñez, que fue armando una carpeta con todos esos datos. Había una lista de nombres de integrantes de la CNU, informes sobre las reuniones e incluso algunas fotos donde estaba monseñor Plaza con ellos. A su vez, Omar le pasaba toda la información a la dirección nacional”, recuerda José María Company Céspedes, otro integrante de la dirección de las FAL 22.

La dirección nacional de la organización discutió qué hacer con la información que suministraba El Tío pero no tomó ninguna decisión. Para 1974 y 1975, esa organización tenía un fuerte debate interno sobre su accionar armado. Por otra parte, a pesar de contar con una gran inserción política en la Universidad a través de los GRB, su capacidad militar en la zona de La Plata era de muy corto alcance y, en todo caso, insuficiente para encarar una acción contra la CNU.

“Me acuerdo de que una de las posibilidades que se discutieron fue la de pasarles la información al ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) o a los montos (Montoneros) para ver si se podía hacer algo conjunto, pero no se llegó a tomar ninguna decisión”, dice Company Céspedes.

Señales de peligro

Mientras tanto, la situación de Enrique Rodríguez Rossi se iba complicando día tras día, con grave riesgo para su seguridad. Le resultaba muy difícil seguir participando de las reuniones sin pasar a formar parte del grupo operativo de la banda.

-Vengo zafando, pero ya no puedo borrarme sin que sospechen de mí - le dijo a su enlace a fines de marzo de 1975.

Estaba fuera de cualquier discusión que, para continuar con la infiltración, Rodríguez Rossi cometiera asesinatos con la patota. Se decidió no sólo sacarlo de las reuniones de la banda sino que pasara a la clandestinidad y se fuera de La Plata, e incluso del país. La dirección de las FAL 22 discutió cómo hacerlo, pero a principios de abril los acontecimientos se precipitaron y ya fue tarde.

Secuestro y asesinato

Al salir de su casa la madrugada del 11 de abril de 1975, Enrique Rodríguez Rossi se dirigió en auto a una cita en un lugar que nunca pudo establecerse. Allí se encontró con varios integrantes del grupo de tareas de la CNU al mando del Indio Castillo. Lo secuestraron y se lo llevaron en su propio auto.

Antes de ser asesinado en el camino que une a Villa Elisa con el balneario de Punta Lara -uno de los lugares preferidos por el grupo de tareas de la CNU para fusilar a sus víctimas- Enrique Rodríguez Rossi fue conducido por la patota al estudio que había pertenecido a su padre, en diagonal 73 entre 48 y 49, donde presumiblemente fue torturado para que diera información sobre sus contactos con las FAL 22. Al día siguiente, la policía encontró la puerta del estudio abierta con una barreta.

El 12 de abril, en el desarrollo del título principal de la tapa, un anónimo cronista del diario platense El Día describió:

“Alrededor de las 8.30 de ayer, un automovilista que ocasionalmente se dirigía de Punta Lara a Villa Elisa por el camino que une esas dos poblaciones, detuvo la marcha al observar, detenido a un costado sobre la banquina derecha, un automóvil Dodge 1500. El vehículo presentaba múltiples perforaciones de bala en la carrocería y los vidrios delanteros deshechos por los impactos. Al acercarse, la referida persona comprobó que en el asiento delantero, caído hacia el lado izquierdo, yacía el cuerpo acribillado de una persona joven. Repuesto de la sorprendente y trágica revelación, el hombre regresó a Punta Lara y se apresuró a informar a las autoridades policiales del lugar sobre lo ocurrido”.

El muerto era Enrique Rodríguez Rossi y alrededor del auto se encontraron más de cincuenta cápsulas servidas de pistolas calibre .45 y 9 milímetros.

Su infiltración había sido descubierta y eso le había costado la vida.

Colaboraron: Alberto Elizalde Leal y Ricardo Martínez

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1- VECINO 29/11/2020 - 14:36hs

Impactante historia de una época de plomo, pero....¿? ¿A qué viene este artículo?


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